Presentación de Marcelo Stubrin
Jornada UCR. Política Exterior y RRII
11 de Setiembre 2014
Las
clasificaciones y taxonomías suelen traicionar, ayudan a entender, describen e
ilustran pero también, engañan.
La política
como actividad suele desglosarse en varios enfoques, abordajes y
especialidades. Entre ellas, la más
destacada es la clásica oposición entre política nacional y política exterior.
Esta
oposición entre las acciones políticas que se llevan a cabo dentro y fuera de
las fronteras territoriales de una nación, constituye –en nuestros días- un dualismo
de dudosa utilidad.
No hay
cuestión alguna de la agenda pública que no trascienda las fronteras, ya sea
porque impacta o es impactada por circunstancias que generalmente ocurren en lejanas latitudes.
Entonces,
sostenemos que la acción política por antonomasia debe ser llevada a cabo teniendo
en cuenta todos los efectos que produce, ya sean éstos de naturaleza doméstica
o internacional. La pretensión de hablar
al país como si afuera no escucharan, es tan grotesca, como la práctica de
hablarle al mundo para dirigirse preferentemente a oídos locales. Quienes no sigan esta regla, están condenados
a producir –en ambos planos de abordaje- efectos contrarios a los que se
proponen, confundiendo a sus interlocutores y alejándose del cumplimiento de
los fines que persiguen.
Principios e
Intereses
Otro
dualismo se utiliza con frecuencia para caracterizar la política: principios
vs. Intereses; convicciones o responsabilidad.
A esta falsa opción se acude para cabalgar sobre un confuso eje entre
las nociones de idealismo y pragmatismo. Esta mirada puede ser útil para
denostar a un adversario pero en modo alguno ilumina la acción política de
naciones y gobiernos.
Nada puede
ser más útil al interés de un país que defender los principios que inspiran su
política. O alguien que valora la paz, puede propugnar el conflicto porque
piensa que le conviene. Este absurdo
como categoría de análisis, no supera el más elemental de los silogismos de la
lógica política, pues pone en duda la fortaleza de los principios o, lo que es
peor, la corrección o moralidad de los intereses perseguidos.
El escenario
internacional
Sería muy
extraño que las acciones de una nación en su interacción con el resto del mundo
tengan la inmediatez de la política local.
Por el contrario, se trata –generalmente- de políticas de largo aliento que
tendrán efecto cuando resulte evidente que no dependen de un solo gobierno,
sino que por el contrario integran el repertorio previsible de un estado cuyos
objetivos y acciones sostienen una coherencia intertemporal. Esto es particularmente significativo en el
contexto multilateral donde se dirimen cuestiones que impregnan cada vez más,
la vida cotidiana de los ciudadanos del planeta.
En las
organizaciones internacionales se aprecia –en las últimas décadas- un
crecimiento de las materias abordadas y una proliferación de compromisos que
asumen los países. Tanto es así, que pocos
asuntos de interés quedan fuera de estas redes que ya no se limitan como en su
origen a evitar la guerra, garantizar un trato justo a los prisioneros y a la
promoción de la paz, sino que han avanzado impetuosamente hasta convertirse en
un verdadero gobierno universal, poblado de inconsistencias y virtualidades
pero en el cual se abordan todos los asuntos con diversos grados de aceptación
y resultados.
Merece
destacarse el sistema de las Naciones Unidas, la más ambiciosa utopía que pudo
producir el sangriento siglo XX, en cuyo sistema se plasman los máximos
objetivos civilizatorios y se abordan los principales problemas de la humanidad
en una compleja interrelación de países de todos los tamaños e intereses.
La región
Las
fronteras que dividen soberanías sirven para unir y acercar o para separar y
diferenciar. Depende de la perspectiva
del observador. Nosotros, siguiendo
antiguas lecciones de la historia siempre estamos a favor de integrar,
cooperar, construir confianza y garantizar la paz. Por eso abjuramos del nacionalismo bobo y nos
disponemos a defender los principios / intereses de la nación en marcos
crecientes de asociación. Para ello
contamos con el desvalido edificio del Derecho Internacional al cual nos
aferramos para afianzar derechos,
canalizar conflictos y asegurar la solución pacífica y creativa de las
controversias.
Nadie debe pregonar
el aislamiento. No hay estados suficientemente autónomos como para prescindir
del resto del mundo, mucho menos para desperdiciar la sinergia que se produce
entre países vecinos. Particularmente cuando los flujos del comercio, las
inversiones y los recursos humanos se influyen recíprocamente en un escenario
que presenta de manera creciente la emergencia de actores regionales y subregionales
cuya voz es mucho más audible que la de cada uno de los países que lo integran.
La argentina
de Alfonsín lideró, en la región, la recuperación de la democracia y de manera
vertiginosa fulminó la conflictividad preexistente. Luego se atrevió a soñar con la unión de la región
para lo cual se establecieron bases sólidas y perecederas.
La sepultura
de las hipótesis de conflicto trajo aparejada una atmósfera de confianza y
combinación constructiva de políticas que asombró al mundo y fue proclamada
como ejemplo entre las naciones.
Menem, a
pesar de sus devaneos con el alineamiento automático, mantuvo dichas políticas. Llegaba la hora de concretar los acuerdos
económicos que habían suscripto los presidentes Alfonsín y Sarney. Entonces, y con cambiantes explicaciones, se
celebraron los tratados que dieron nacimiento al Mercosur.
Ni zona de
libre comercio, ni unión aduanera: mercado común, la máxima categoría, la más
ambiciosa, la que implica libre circulación del capital y del trabajo; es decir
de todos los factores de la producción.
Asociarse frente al mundo, arancel externo común (unión aduanera),
coordinación macroeconómica, parlamento comunitario, tribunales de justicia,
documentos personales comunes, fueron algunas de las iniciativas que proponían
la construcción de una supranacionalidad que alentamos sin dejar de destacar
que los cimientos no mostraban suficiente consistencia.
Así
fue. El mercado común nunca salió del
cascarón y la Unión Aduanera fue tan imperfecta que la lista de excepciones es
mayor que la lista de productos de libre circulación. El arancel externo común –que impidió a Chile
sumarse- se fue diluyendo por las oscilaciones cambiarias de los países del
bloque y las utopías asociativas fueron cediendo terreno frente a escaramuzas
sobre cada uno de los productos de la nomenclatura arancelaria.
Finalmente y
para evidenciar la magnitud de las dificultades, debemos tomar nota de que las
coincidencias o afinidades ideológicas entre los gobiernos de la región, no
sólo no lograron disimular las diferencias comerciales y de otro tipo, sino que
por el contrario, las amplificaron.
Algunas
conclusiones
De manera
provisoria y como disparador de un debate pendiente, me atrevo a afirmar: las dificultades de los gobiernos por
concretar sus propósitos y practicar la
integración es consecuencia directa del localismo predominante en los sistemas
políticos. En efecto, una
combinación de los sistemas electorales, la crisis de los partidos políticos y
el malestar de los ciudadanos, provoca como consecuencia que la dirigencia
política se esfuerce por rendir pleitesía a sus votantes más próximos e
inmediatos. La generalizada tendencia al
reduccionismo y la simplificación de la realidad es un impedimento para encarar
con eficacia empresas más ambiciosas y de mayor alcance.
Todo ello es
en desmedro de encontrar las soluciones a los problemas principales de los
votantes. Resulta difícil el hallazgo de
un asunto relevante vinculado a la seguridad ciudadana, la protección del medio
ambiente, la salud pública, el tráfico de estupefacientes, la explotación de
los recursos naturales, la política tributaria o el empleo cuya solución no
dependa de llevar a cabo políticas desde un ámbito que trasciende al Estado
Nación. Ya sea subregional, regional o transnacional, la respuesta a problemas
de esta naturaleza demanda generalmente acciones gubernamentales coordinadas en
diferentes países.
Por lo tanto
y a modo de conclusión, podemos afirmar que es altamente probable que mientras
subsistan las miradas dualistas sobre política exterior por un lado y política
nacional por el otro, más nos alejaremos de la posibilidad de resolver los
problemas que nos aquejan como sociedad.
De ahora en
más, será indispensable que los líderes de los países sean capaces de identificar
como funciona el sistema de decisiones de los vecinos, no sólo de su sistema
político, sino de la cruda realidad integrada por sindicatos, empresas y grupos
de interés. Esta es una condición para
el fortalecimiento del poder político, un modo de trabajar para ganar en
eficacia, y para ahorrar tiempo en la búsqueda de las soluciones principales.
Un modo, en
fin, de empoderar a los gobernantes para que sus decisiones tengan en cuenta la
totalidad del cuadro y no se desenvuelvan con la miopía de quien solo ve el río
desde una orilla.
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