martes, 9 de junio de 2009

LA HORA DE LA RAZON PRACTICA

preparado para Escenarios Alternativos
A pocos meses de la instalación de un nuevo gobierno en los Estados Unidos, han llegado novedades alentadoras. La ferocidad de la crisis financiera del 2008, no fue obstáculo para que el gobierno demócrata, produjera hechos que resaltan por su simpleza y profundidad.
Contrastan llamativamente con las actitudes de los fanáticos fundamentalistas que gobernaron con Bush dos períodos, pero son gestos que tienen valor. Me refiero a la cuestión sobre Cuba en la OEA y al mensaje del Presidente Obama al Islam, que abordaremos en una próxima entrega.
Veamos: La derogación de la Resolución que expulsó a Cuba del Sistema Interamericano en 1962, es formalmente elemental y tardía pero sustantivamente equitativa y oportuna. Efectivamente la guerra fría es una antigüedad extinguida hace más de veinte años, sin embargo sobrevivieron en muchos departamentos de la administración americana, guerreros pertrechados que seguían apreciando el mundo con una perspectiva nostálgica del conflicto Este Oeste.
La OEA, en su opaca perspectiva de sesenta años, fue escenario del Panamericanismo, es decir recinto del encuentro entre Estados Unidos y América Latina. Desde 1948, muchos dictadores se sintieron cómodos en su seno y cumplieron obedientes el papel asignado para el “patio trasero” de la potencia hemisférica. Sin embargo, el único régimen prohibido seguía siendo el que había cruzado el Jordán refugiándose en la órbita soviética.
Pero nada es eterno, el desprestigio de las dictaduras y los avances jurídicos en el sistema internacional produjeron impresionantes avances en materia de consideración de los derechos humanos, sobre todo a partir del Gobierno del Presidente James Carter (1977-1981), que perduraron en sus tendencias principales.
Las dictaduras comenzaron a ser acosadas por la Comisión de Derechos Humanos de la OEA y todo cambió. Llegaron las democracias a la región, se incorporaron los países insulares del Caribe y Canadá. Comenzó el proceso de Cumbres de las Américas, se llevaron a cabo cinco ordinarias y dos extraordinarias, y la OEA siguió el ritmo de los nuevos tiempos, aunque con una política de baja intensidad pues debió acompañar las bajas prioridades de la política norteamericana para la región. Muchos conflictos relevantes incluidas guerras declaradas entre países miembros no fueron debidamente receptadas en su seno y –justo es decirlo- debió convivir con un saludable proceso de integración política que se diseminó por todo el hemisferio en una novedosa versión de multilateralismo regional y subregional. Entre ellos los acuerdos de integración económica, el Grupo de Río que le compitió en la política propiamente dicha mediante un acercamiento a la Unión Europea, hasta las más recientes uniones de países sudamericanos que alienta el Brasil con el nunca desmentido objeto de convertirse en interlocutor subregional de la diplomacia norteamericana.
El generalizado escepticismo que campea en América Latina, podría sostener que la resolución es irrisoria, y que el verdadero paso adelante sería la finalización del embargo contra Cuba decretado por la gran potencia, cuya reiterada condena se ha convertido en un sólido acuerdo regional; pero el primer paso, el que inicia el camino, ha sido dado en la dirección correcta. Permite advertir dos elementos de gran importancia relativa: a) La nueva administración demócrata se independiza de la miope visión del exilio cubano, que amordazó durante años las iniciativas positivas de gobiernos y congresistas, y b) Los amplios consensos de la América Latina son tenidos en cuenta por Washington, que pasó décadas intentando imponer una agenda que llevó la OEA, por períodos, a niveles de vaciamiento insoportable. El resultado probable es una mayor concentración del gobierno de Obama en los problemas de nuestra región, descartada por décadas como una prioridad de la política exterior norteamericana.
Aunque no todo es tan lineal y sencillo, pues para lograrlo hacen falta políticas activas en el hemisferio. Dichas acciones que imaginamos direccionadas desde el sur hacia el norte requieren niveles de confianza política entre los gobiernos de la América Latina que hoy no se aprecian. Por el contrario campean algunos retrocesos caracterizados por estrategias formalistas de baja intensidad donde la prioridad parece puesta exclusivamente en la defensa de intereses nacionales excluyentes o desintegradores. Mientras tanto, se han agudizado conflictos binacionales de variada estirpe que afectan la unidad política de la región y en consecuencia disminuyen la calidad de la coordinación de políticas comunes en la relación con las potencias y con los demás foros y espacios multilaterales.
Párrafo aparte merece una nueva complejidad: el ALBA (Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe). En efecto, la existencia de un bloque de países integrado por Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia, Dominica, Honduras y San Vicente y las Granadinas, que aguarda la próxima integración del Ecuador, constituye una novedad de inciertas perspectivas para la unidad política del subcontinente, pues se erige en un eje de polarización frontal con los Estados Unidos. Estas posturas se constituyen en un franco contraste con un grupo de países conocidos por la fortaleza de su alianza con el país del norte, entre ellos México y Colombia. Este es el momento de destacar que han firmado el TLC (Tratado de Libre Comercio) con Estados Unidos, además de los mencionados México y Colombia, Chile, Perú, Centroamérica y la República Dominicana, encontrándose en avanzado estado las negociaciones con otros países entre los que se encuentra la República Oriental del Uruguay.
La descripción parcial de este incierto panorama, debe servir para apreciar la necesidad indispensable de otorgar a la política exterior argentina la centralidad extraviada en los laberintos de las prioridades domésticas.
El destino del Régimen Cubano está todavía poblado de incógnitas, pero todas ellas se inclinan hacia el incremento de sus vínculos con las democracias de la región, siempre que la región sea capaz de incluir la finalización del bloqueo en su agenda con Washington. No sabemos cuanto tiempo falta, pero podemos afirmar que para acortar los plazos, hay que cambiar el eje Washington, Miami, La Habana y reemplazarlo por otro más complejo e interesante en el que muestren unidad, inteligencia y responsabilidad todos los países Latinoamericanos.

viernes, 13 de marzo de 2009

Un eterno retorno

Publicación para la revista del Instituto Moisés Lebensohn

Debemos combatir un mito, una profecía de medio siglo: “el peronismo de las mil caras se prepara, para intentar conservar el poder”.

Allá van a confundir, en alegre caravana.  Toneladas de maquillaje harán falta para disimular la realidad.  Siempre el mismo argumento repetido hasta el cansancio.

Los giros de la calesita los marean un poco, pero algo atontados repiten el libreto como si fuera noche de estreno.  Lo hicieron con Menem, cuando abandonaron a Cafiero, con Duhalde cuando se olvidaron de Menem, con Kirchner cuando gritaron al unísono “a rey muerto rey puesto”. 

La actual presentación es más grotesca pero tiene idéntica matriz.  Se trata de un terceto de “ricos y famosos”  que puede llenar la pantalla con un palabrerío insustancial. 

Los publicistas aconsejan: Insulten a Kirchner -que se enoja rápido- conviértanse en la opción, que nos quedamos con todo.   Esta es una elección parlamentaria, ya habrá tiempo el año próximo para preparar un candidato a Presidente que pueda consumar la mayor defraudación. Podremos elegir en los almuerzos de Mirtha da mas o menos igual.   Pero eso sí, debe tener talante de galán maduro.  No importa si es sojero, gauchesco, ingeniero o se tatuó.

 Nietzsche convirtió a su Zaratustra en el maestro del eterno retorno de lo mismo.  Es una concepción del tiempo que condena a vivir en una incesante repetición  de las mismas situaciones.

Nosotros, entonces, estamos desafiados doblemente.  La prepotencia del gobierno ya conocida y la gran estafa urdida desde el marketing del peronismo que se pretende reciclar.

Responderemos con una lógica ausente en los últimos años de vida política argentina.   Con una novedad: nos proponemos reconvertir el sistema democrático, queremos una democracia de partidos nacionales.  Desde los noventa han prevalecido  los candidatos como figuras estelares.  Todos han despreciado a sus organizaciones políticas, se han considerado superiores a ellas, las han tratado como trampolines para lograr ser nominados, las han manipulado y despreciado hasta el hartazgo.

Las principales consecuencias fueron variadas y negativas.  Entre ellas destaco dos: a) la alta imprevisibilidad de gobiernos en los cuales los presidentes gobiernan rodeados  por pequeños círculos y b) un mecanismo que obtiene gobernabilidad a cambio de un encadenamiento de recursos públicos destinados a favorecer o perjudicar a los gobiernos locales.  El resultado es evidente: bajísima calidad del sistema político e incapacidad del estado para vertebrar políticas de consenso destinadas a impactar correctamente en el mediano y el largo plazo.  Prueba de ello son las oportunidades perdidas por el compromiso con el cortísimo plazo que siempre provoca crisis recurrentes de altísimo impacto social.

Para decirlo en otras palabras, un presidente que no debe dar cuentas a un partido, que gobierna sin controles y logra apoyo a cambio de prebendas, jamás será un estadista que piensa el futuro, por el contrario será inevitablemente un manipulador del corto plazo.

Esto es lo que se ha dado en llamar democracia delegativa, una especie de parodia con Presidentes que se piensan a sí mismos como reyes pero que en verdad son gigantes con los pies de barro, de un barro que se derrite en la primera tempestad.   Esa es la regla que sufren los concentradores de poder, los más fieles son los primeros que abandonan, precisamente porque aprendieron bien la regla de nominación.  Esto es lo Nietzscheano,  el círculo se completa y ahora  deberá tomar la misma medicina que dio a su antecesor.

Pero esta tragedia argentina repetitiva y circular, puede llegar a su fin.  En gran medida depende de la UCR, de su dilatada militancia, de los cuadros políticos y técnicos que pueden exhibir juventud, trayectoria y decencia.  La UCR es una colectividad de ideales organizada con el fin de servir a la nación, constituye la columna vertebral de la oposición, cuenta con representaciones dignas en todas las legislaturas del país, gobierna con éxito provincias, municipios, universidades e instituciones públicas de toda clase.  Sus cuadros obtienen alto reconocimiento del sector privado y de la comunidad internacional que les confía liderazgos significativos.

Ha establecido acuerdos programáticos con partidos afines que constituyen la esperanza de cambio de millones de argentinos, se ha recuperado de la diáspora sufrida como secuela de la crisis del 2001 y se presenta con la energía y vitalidad necesaria para dar batalla al gobierno  en los sectores populares.       Está presente en toda la geografía del país y ha recuperado su espíritu de cuerpo, es decir la convicción de que la acción política es una empresa gregaria y que la biografía de cada uno de sus componentes adquiere sentido solamente cuando se encuadra con la historia.

Pero el radicalismo nunca se repite, al contrario, siempre cambia.  Se adapta a los tiempos con la misma fe con que honra sus mejores tradiciones doctrinarias.  Hay un hilo conductor en los principios pero se destaca por su capacidad para nutrirse de la realidad nacional y proponer alternativas a los principales problemas.  Por eso constituye la principal organización política del país.  Es verdad que subsisten problemas, pero hoy podemos anunciar que son menores.   El individualismo y el localismo ceden frente a la gran prioridad nacional que consiste en edificar los cimientos de una nueva democracia amplificada y participativa.

Ahora que tendremos que lidiar con los efectos de una crisis internacional y local de impresionantes y aún desconocidas proporciones, ahora que se agotó el exitismo y se acabaron los tiempos de “tirar manteca al techo”,  ahora más que nunca se requieren gobernantes responsables y capaces de establecer prioridades y amplios consensos nacionales para amortiguar daños y seleccionar las estrategias adecuadas.   Ahora cuando tenemos que insertarnos en un mundo de oportunidades escasas resulta indispensable una visión internacional que nos permita interactuar como un país previsible, dotado de políticas permanentes, capaz de establecer alianzas duraderas y de influir con autoridad en el nuevo escenario regional y multilateral.