Una versión comprimida de este artículo fue publicada en
la sección Opinión del diairo Clarín el 8/V/2015, pg. 28
El 8 de mayo, se conmemora el día de la Victoria de los
aliados en la II Guerra Mundial.
Setenta años transcurrieron desde entonces. Para quienes vivimos en el Siglo XX, el
sangriento S.XX como lo bautizó Hobsbaum , la fecha tiene importancia por variadas
razones.
Hitler pudo haber ganado.
Esta catástrofe no ocurrió porque se impuso una civilización a una
barbarie. El esfuerzo de guerra costó
millones de víctimas, se combatió en numerosos frentes de batalla de tres
continentes, los líderes del capitalismo y del comunismo se unieron,
rivalizando en quien sacrificaba más vidas, más heroísmo y mayor esfuerzo de su economía para convertir hierro
en acero y acero en blindados. La
tierra, el aire y el mar fueron estremecidos por la metralla.
El mundo adquirió en ese conflicto un sentido moral del que
se alejó muchas veces, pero del que no se desprendió. Enseñanzas profundas derivaron de la guerra,
hubo un agresor abominable que representó el
mal, la perversión, un nacionalismo excluyente y racista que pretendía
conquistar el mundo para uniformarlo. De
modo que su derrota fue una causa universal: una guerra justa, alentada por pacifistas de toda índole que cantaban
loas a los triunfos y lloraban las derrotas.
Este “mal absoluto” no fue el primero ni el último, pero
dejó una huella indeleble en quienes nos educamos en la segunda mitad del S.XX.
Alcancé a ver el saludo nazi en el patio
del Colegio Nacional de Santa Fe. Epoca
de nacionalismo y antisemitismo militante y fanático que los años disiparon o
sacaron de la arena pública. Indudablemente,
habían perdido, habían sido derrotados.
Triunfó una diversidad heterogénea y variada, por eso mismo
quienes admiramos al alto mando aliado no nos privamos de condenar los crímenes
de Stalin, los bombardeos masivos sobre ciudades alemanas y las dos bombas
atómicas. Pero desde esos días el mal
tuvo que esforzarse por disimular su esencia.
La mayoría aprendió a combinar sentimientos y razones para identificarse
con distintos sistemas de ideas que fueron reconstruidas desde esos cimientos.
No importaba donde fuera la batalla, si en Londres o
Stalingrado, Guadalcanal o Tobruk, ni si los héroes pertenecían al ejército
rojo, si eran maquis o partisanos, aviadores británicos o soldados
norteamericanos desembarcando en Normandía.
Sólo importaba derrotar a la bestia, terminar la guerra y acariciar la
paz. Aunque ésta nunca llegó, se
trasladó a otros escenarios, conservó su crueldad pero terminó con el
colonialismo clásico. Para ilustrar fueron 51 estados nacionales los que
constituyeron las Naciones Unidas en 1945, hoy ascienden a 193, luego del
proceso de descolonización.
El 8 de Mayo de 1945 se rindió en Berlín el alto mando
alemán. 42 días antes, el 27 de marzo de 1945, el gobierno argentino declaró la
guerra a Alemania y Japón. Ocupaban la
Presidencia y Vicepresidencia de la Nación el General Farrel y el Coronel Perón
respectivamente. El Brasil de Vargas había
enviado en 1942 una fuerza expedicionaria de 25000 hombres que combatió con
bravura en el frente del mediterráneo y
luego de largos meses triunfó en la batalla de Monte Castello.
La Argentina puede disimular su participación tardía y
oportunista en la guerra, pero conocidas
las nuevas alianzas estratégicas del actual gobierno y aprovechando la
participación del Presidente Chino Xi Jinping en la celebración del día de la
victoria, podría sumarse a dicha celebración con una comitiva que no sea
exagerada ni grandilocuente. No es preciso viajar a Londres ni a Washington ni
a París, sino a Moscú, territorio de nuevos aliados fraternales que se lucieron
en la guerra. Para terminar, les aviso
que tienen más tiempo, porque la rendición fue en la madrugada y en Rusia se
conmemora el día siguiente, el 9 de mayo.