por Marcelo Stubrin
Una versión comprimida se publicó en Clarín del 21/03/2015
Terminada la Convención radical y
notificados los líderes locales que tendrán disponibilidad amplia para adaptar
las ofertas electorales de sus provincias a la nueva situación, llegó la hora
de comenzar un delicado trabajo político que tiene su primera estación en las
PASO del segundo domingo de agosto.
En efecto, tradiciones y estilos
políticos diversos confluirán con un programa mínimo de coincidencias republicanas en una elección primaria para
proceder a la elección de la fórmula presidencial. Pero una elección es competencia –habrá tres
candidaturas-, y resulta interesante reflexionar sobre la dificultad que
entraña disputar y asociar de manera simultánea para un proyecto de gobierno
La primera cuestión es sencilla,
los candidatos se presentan a elecciones para ganar, no para hacer un buen
papel. En este sentido, parte de la competencia democrática radica justamente,
en marcar las diferencias con los adversarios. Sumado a ello, en esta
oportunidad, no solo se dirime cual de las fórmulas competirá en nombre del
conjunto, sino que el resultado permitirá vaticinar ciertas tendencias sobre la
orientación del gobierno, dado que nuestro régimen es presidencialista. El arte de conformar coaliciones por círculos
concéntricos de afinidad, será indispensable y decisivo para el éxito de la
gestión de quien gane la elección. De modo que el debate, lejos del
fraccionalismo, iluminará también la orientación del gobierno y las particularidades
propias de los presidenciables y sus partidos deberán enfatizarse sin perder de
vista la orientación colectiva sobre cuáles son las prioridades programáticas
comunes.
Es por ello, que los cuatro meses
que vienen constituirán un terreno propicio para la conformación de asociaciones
y afinidades que permitan al candidato a presidente electo en las primarias
disponer de un programa preciso y de equipos que expresen toda la riqueza del
agrupamiento y se dispongan a realizar propuestas con el mayor grado de
precisión durante la campaña electoral. Recién entonces –dirimidas las Paso-,
se sabrá quienes son los contendientes, y quien representa la continuidad del
Kirchnerismo. Lo que equivale a decir
que aunque la masa crítica congregada en el acuerdo UCR, PRO, CC, es la más
relevante para quienes impulsan el cambio, la ausencia de definición del
gobierno sobre su oferta electoral, constituye una anomalía del sistema
político. El retador no tiene un
oponente conocido y por eso no se puede configurar un clima adecuado para
desarrollar una campaña electoral.
Ahora bien, ¿cuál es el centro del
asunto que se dirime en la elección presidencial? Cada argentino tendrá una respuesta a su
medida, pero el corazón de la cuestión es continuidad o cambio; hay fastidio
con el Gobierno en capas muy amplias de la población que ya no soportan el
estilo presidencial, las cadenas nacionales para anunciar cuestiones de rutina,
la desmedida y arbitraria concentración del poder, un Congreso domesticado para
satisfacer caprichos, un permanente estado de confrontación y presión sobre el
Poder Judicial, la ausencia de diálogo constructivo sobre la agenda pública,
una política exterior estrafalaria y una atmósfera de fin de ciclo que llena de
sospechas cada una de las acciones de un gobierno más preocupado por esquivar indagatorias
que por convocar a la sociedad para corregir los problemas principales.
En este escenario, la fortaleza del acuerdo UCR-PRO-CC radica
justamente, en que se posiciona como la única fuerza política capaz de vencer
al Frente para la Victoria y encarar un cambio sustantivo. Esto es así, porque
cada uno de los partidos y dirigentes que conforma el acuerdo, cuenta con ventajas comparativas y características
diferenciales propias; todas ellas necesarias e indispensables para la
construcción de un proyecto alternativo.
Dentro de este marco, la
UCR es una fuerza que posee representación nacional y que tiene en su haber 124
años de experiencia política, significativos bloques parlamentarios y una
trayectoria destacada en la gestión de municipios y provincias. Desde la conquista del sufragio universal
hasta la transición democrática, el partido ha demostrado capacidad para
dirigir acuerdos, luchar contra poderes desestabilizantes reales, y restablecer en un marco de consensos amplios
y pluripartidistas el régimen democrático argentino. En este sentido, los consentimientos
alcanzados para la formulación de una estrategia nacional durante la Convención
del 14 de marzo pasado, y el asentimiento logrado sobre el conjunto de lineamientos
básicos de gobierno (sustentados en la igualdad, la libertad, la modernización
productiva y el desarrollo de la calidad de vida) son prueba de la consistencia
ideológica, la experiencia programática y la virtud republicana del
radicalismo. Un partido que refleja en su seno las múltiples tensiones de la
sociedad, pero que tiene la experiencia política necesaria para privilegiar la
unidad al conflicto e impulsar el conjunto de transformaciones necesarias que lleven al
cambio en un ámbito de estabilidad y respeto por la diversidad. La hora del
cambio ha llegado.