viernes, 24 de abril de 2015

A la llana y sin rodeos. por Juan Goytisolo


Discurso de Juan Goytisolo. 
 Ceremonia de entrega del Premio Cervantes 2014
 (23 de abril de 2015)



En términos generales, los escritores se dividen en dos esferas o clases: la de quienes conciben su tarea como una carrera y la de quienes la viven como una adicción. El encasillado en las primeras cuida de su promoción y visibilidad mediática, aspira a triunfar. El de las segundas, no. El cumplir consigo mismo le basta y si, como sucede a veces, la adicción le procura beneficios materiales, pasa de la categoría de adicto a la de camello o revendedor. Llamaré a los del primer apartado, literatos y a los del segundo, escritores a secas o más modestamente incurables aprendices de escribidor.

A comienzos de mi larga trayectoria, primero de literato, luego de aprendiz de escribidor, incurrí en la vanagloria de la búsqueda del éxito -atraer la luz de los focos, “ser noticia”, como dicen obscenamente los parásitos de la literatura- sin parar mientes en que, como vio muy bien Manuel Azaña, una cosa es la actualidad efímera y otra muy distinta la modernidad atemporal de las obras destinadas a perdurar pese al ostracismo que a menudo sufrieron cuando fueron escritas.

La vejez de lo nuevo se reitera a lo largo del tiempo con su ilusión de frescura marchita. El dulce señuelo de la fama sería patético si no fuera simplemente absurdo. Ajena a toda manipulación y teatro de títeres, la verdadera obra de arte no tiene prisas: puede dormir durante décadas como La regenta o durante siglos como La lozana andaluza. Quienes adensaron el silencio en torno a nuestro primer escritor y lo condenaron al anonimato en el que vivía hasta la publicación del Quijote no podían imaginar siquiera que la fuerza genésica de su novela les sobreviviría y alcanzaría una dimensión sin fronteras ni épocas.

Llevo en mí la conciencia de la derrota como un pendón de victoria”, escribe Fernando Pessoa, y coincido enteramente con él. Ser objeto de halagos por la institución literaria me lleva a dudar de mí mismo, ser persona non grata a ojos de ella me reconforta en mi conducta y labor. Desde la altura de la edad, siento la aceptación del reconocimiento como un golpe de espada en el agua, como una inútil celebración.

Mi condición de hombre libre conquistada a duras penas invita a la modestia. La mirada desde la periferia al centro es más lúcida que a la inversa y al evocar la lista de mis maestros condenados al exilio y silencio por los centinelas del canon nacionalcatólico no puedo menos que rememorar con melancolía la verdad de sus críticas y ejemplar honradez. La luz brota del subsuelo cuando menos se la espera. Como dijo
con ironía Dámaso Alonso tras el logro de su laborioso rescate del hasta entonces ninguneado Góngora, ¡quién pudiera estar aún en la oposición!

Mi instintiva reserva a los nacionalismos de toda índole y sus identidades totémicas, incapaces de abarcar la riqueza y diversidad de su propio contenido, me ha llevado a abrazar como un salvavidas la reivindicada por Carlos Fuentes nacionalidad cervantina. Me reconozco plenamente en ella. Cervantear es aventurarse en el territorio incierto de lo desconocido con la cabeza cubierta con un frágil yelmo bacía.

Dudar de los dogmas y supuestas verdades como puños nos ayuda a eludir el dilema que nos acecha entre la uniformidad impuesta por el fundamentalismo de la tecnociencia en el mundo globalizado de hoy y la previsible reacción violenta de las identidades religiosas o ideológicas que sienten amenazados sus credos y esencias.

En vez de empecinarse en desenterrar los pobres huesos de Cervantes y comercializarlos tal vez de cara al turismo como santas reliquias fabricadas probablemente en China, ¿no sería mejor sacar a la luz los episodios oscuros de su vida tras su rescate laborioso de Argel? ¿Cuántos lectores del Quijote conocen las estrecheces y miseria que padeció, su denegada solicitud de emigrar a América, sus negocios fracasados, estancia en la cárcel sevillana por deudas, difícil acomodo en el barrio malfamado del Rastro de Valladolid con su esposa, hija, hermana y sobrina en 1605, año de la Primera Parte de su novela, en los márgenes más promiscuos y bajos de la sociedad?

Hace ya algún tiempo, dedique unas páginas a los titulados Documentos cervantinos hasta ahora inéditos del presbítero Cristóbal Pérez Pastor, impresos en 1902 con el propósito, dice, de que “reine la verdad y desaparezcan las sombras”, obra cuya lectura me impresionó en la medida en que, pese a sus pruebas fehacientes y a otras indagaciones posteriores, la verdad no se ha impuesto fuera de un puñado de eruditos, y más de un siglo después las sombras permanecen.

Sí, mientras se suceden las conferencias, homenajes, celebraciones y otros actos oficiales que engordan a la burocracia oficial y sus vientres sentados, (la expresión es de Luis Cernuda) pocos, muy pocos se esfuerzan en evocar sin anteojeras su carrera teatral frustrada, los tantos años en los que, dice en el prólogo del Quijote, “duermo en el silencio del olvido”: ese “poetón ya viejo” (más versado en desdichas que en versos) que aguarda en silencio el referendo del falible legislador que es el vulgo.

Alcanzar la vejez es comprobar la vacuidad y lo ilusorio de nuestras vidas, esa “exquisita mierda de la gloria” de la que habla Gabriel García Márquez al referirse a las hazañas inútiles del coronel Aureliano Buendía y de los sufridos luchadores de Macondo. El ameno jardín en el que transcurre la existencia de los menos, no debe distraernos de la suerte de los más en un mundo en el que el portentoso progreso de las nuevas tecnologías corre parejo a la proliferación de las guerras y luchas mortíferas, el radio infinito de la injusticia, la pobreza y el hambre.

Es empresa de los caballeros andantes, decía don Quijote, “deshacer tuertos y socorrer y acudir a los miserables” e imagino al hidalgo manchego montado a lomos de Rocinante acometiendo lanza en ristre contra los esbirros de la Santa Hermandad que proceden al desalojo de los desahuciados, contra los corruptos de la ingeniería financiera o, a Estrecho traviesa, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla que él toma por encantados castillos con puentes levadizos y torres almenadas socorriendo a unos inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad.

Sí, al héroe de Cervantes y a los lectores tocados por la gracia de su novela nos resulta difícil resignarnos a la existencia de un mundo aquejado de paro, corrupción, precariedad, crecientes desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes como en el que actualmente vivimos. Si ello es locura, aceptémosla. El buen Sancho encontrará siempre un refrán para defenderla.

El panorama a nuestro alcance es sombrío: crisis económica, crisis política, crisis social. Según las estadísticas que tengo a mano, más del 20% de los niños de nuestra Marca España vive hoy bajo el umbral de la pobreza, una cifra con todo inferior a la del nivel del paro. Las razones para indignarse son múltiples y el escritor no puede ignorarlas sin traicionarse a sí mismo.

No se trata de poner la pluma al servicio de una causa, por justa que sea, sino de introducir el fermento contestatario de esta en el ámbito de la escritura. Encajar la trama novelesca en el molde de unas formas reiteradas hasta la saciedad condena la obra a la irrelevancia y una vez más, en la encrucijada, Cervantes nos muestra el camino.

Su conciencia del tiempo “devorador y consumidor de las cosas” del que habla en el magistral capítulo IX de la Primera Parte del libro le indujo a adelantarse a él y a servirse de los géneros literarios en boga como material de derribo para construir un portentoso relato de relatos que se despliega hasta el infinito. Como dije hace ya bastantes años, la locura de Alonso Quijano trastornado por sus lecturas se contagia a su creador enloquecido por los poderes de la literatura.


Volver a Cervantes y asumir la locura de su personaje como una forma superior de cordura, tal es la lección del Quijote. Al hacerlo no nos evadimos de la realidad inicua que nos rodea. Asentamos al revés los pies en ella. Digamos bien alto que podemos. Los contaminados por nuestro primer escritor no nos resignamos a la injusticia.

La importancia de una palabra

Nota de opinión publicada en La Nación
 el 24 de abril de 2015
 día del centenario del genocidio armenio


Raphael Lemkin nació en el siglo XX en Bezwodne, ciudad que perteneció a Rusia, a Polonia, y a Belarús. Fue fiscal, abogado privado y soldado del ejército polaco que enfrentó la invasión nazi. Atravesó dos guerras, perdió su familia en Auschwitz, y dedicó su vida como jurista judío y polaco, a luchar contra las crueldades de una época, signada por las matanzas y el exterminio de poblaciones indefensas.

Al fin de la primera guerra mundial el estudiante Soghomon Tehlirian, atentó en Alemania contra la vida de Talaat Pashà, el Ministro Otomano que en abril de 1915 decretó la deportación del pueblo armenio. El juicio tuvo amplia difusión y el estudiante fue absuelto, logrando que la tragedia de los armenios fuera expuesta a la luz pública. Desde entonces, el joven Lemkin resolvió consagrar su vida a luchar contra el “mal absoluto”. Lo escoltaba un clima de época esperanzador, la guerra había llegado a su fin, se consolidaban drásticos cambios en el mapa de Europa y Asia, mientras los líderes mundiales sentaban las bases de la Sociedad de las Naciones, dando vuelta la página del mayor conflicto armado de la historia.

Sin embargo, Lemkin pensó que la crueldad desatada por el Estado Turco contra el pueblo armenio, tenía características diferentes. No se trataba de una guerra entre dos bandos formados por cuerpos adiestrados para la guerra. Se trataba del exterminio sistemático de una población indefensa. El objetivo era suprimir un pueblo, desatar las fuerzas represivas del Estado contra ancianos, mujeres, y niños, desarmados. No importaba cuantas veces había ocurrido o cuanto horror se acumulaba en la historia de la civilización, solo importaba que no volviera a suceder.  De modo que el jurista se dedicó a luchar por incorporar al Derecho Internacional preceptos que estuvieran destinados a registrar y evitar estas masacres. Aunque no imaginó  que él mismo sería muy pronto protagonista y víctima de la nueva tragedia.  Se atribuye a Hitler la frase: “Después de todo, nadie se acuerda del aniquilamiento de los armenios”, mientras planeaba un nuevo exterminio.

En los años treinta Lemkin comenzó a presentar ponencias en los Congresos de Derecho Penal Internacional para incorporar el concepto.  En los cuarenta, asumiendo que el lenguaje corriente no alcanzaba para describir el horror y apelando a sus estudios de lingüística creó una palabra: Genocidio, la que desde fines de la década del cuarenta se encuentra tipificada e incorporada al Derecho Internacional.

En estos días, con motivo del primer centenario de la tragedia armenia, se ha reiterado una polémica. Turquía no desconoce los hechos y –un siglo después- acepta resignada la condena, como casi todas las palabras que definan lo ocurrido: matanzas, exterminio, masacre, aniquilación.  Todas menos una, genocidio.

Genocidio es un sustantivo, no un adjetivo calificativo que condena una situación histórica. Fue Raphael Lemkin quien acuñó el vocablo, y logró su incorporación, al sistema de las Naciones Unidas y su recepción en normas nacionales de numerosos países, además de la creación de tribunales internacionales encargados de su juzgamiento

Por eso, debemos insistir en que los hechos deben ser calificados con sustantivos. La nación armenia sufrió hace cien años un genocidio, no se debe disimular con eufemismos.  Entre otras razones, porque los avances civilizatorios producidos en el campo del derecho internacional, no siempre se corresponden con la realidad que periódicamente reproduce las mismas escenas: carretones repletos de hombres y mujeres expulsados de sus hogares, masacrados por la intolerancia.

Dolor por las víctimas y honor para los sobrevivientes que mantienen en alto sus tradiciones milenarias y el compromiso de organizar un mundo sin guerras, sin  desigualdades ni fanatismos.


Llamar a las cosas por su nombre implica dar entidad. Es el primer paso para restituir la historia de una nación y fortalecer la conciencia de los pueblos. Reconocer el genocidio contribuye a encender las alertas.  Recientes catástrofes humanitarias, reclaman de los líderes mundiales un nuevo Nunca Más, esta vez a escala universal. 

jueves, 23 de abril de 2015

EL CAMBIO DE GOBIERNO Y LAS ELECCIONES LOCALES


Artículo de opinión publicado en
 EL ESTADISTA del 22 de abril 2015


En cada turno de renovación presidencial se realizan elecciones de gobernadores e intendentes en todo el país. Adelantadas o simultáneas, dichas competencias tienen directa relación con el resultado nacional. Ello es así, porque el caudal de votos logrado por cada una de las organizaciones políticas en competencia, contribuye a la integración de los partidos en el ámbito nacional. A este proceso, que se ha desarrollado progresivamente desde el año 2001, los politólogos le han dado el nombre de “territorialización de la política”.  En términos generales, alude a que el comportamiento de los partidos y sus votantes se vuelve más distintivamente local, trasladando el centro de gravedad política desde la Nación hacia las provincias. De este modo, las facciones o partidos que cuentan con bases electorales concentradas en sus distritos, se convierten en pilares fundamentales del armado electivo nacional. El distrito paradigmático en este sentido, lo constituye para el peronismo la provincia de Buenos Aires, que le provee tanto de una considerable suma de electores como de diputados nacionales. Sumado a ello, la literatura especializada sostiene que los líderes provinciales influyen sobre la nominación de candidatos y el armado de listas a diputados y senadores nacionales, que son actores imprescindibles al momento de asegurar el éxito de la agenda legislativa presidencial.  Así lo ha mostrado el predominio peronista en el Congreso de la Nación -particularmente en la Cámara de Senadores donde el PJ ha mantenido mayorías desde 1983- encargado de bloquear o respaldar las políticas del Ejecutivo según fuera su pertenencia partidaria. Desde las privatizaciones hasta las estatizaciones, las mayorías  del PJ se han encolumnado detrás de un supuesto “rumbo programático” definido en los hechos, por las exigencias coyunturales y la disposición política del presidente. ¿Cómo explicar sino, que un mismo partido político y en algunos casos hasta exactamente los mismos dirigentes, hayan pasado del clamor “neoliberal” al fervor de la  “izquierda regional bolivariana”?

De este modo, si bien es cierto que los núcleos locales son centrales para el armado de la maquinaria partidaria, el proceso de territorialización no tiene las mismas repercusiones sobre la toma de decisiones nacionales, donde el rumbo político se ha concentrado continuamente en la figura del presidente. Esta tensión, entre apoyos territoriales descentralizados y centralización de las resoluciones en el Poder Ejecutivo,  limitó la participación de las unidades federales en su influencia sobre las políticas gubernamentales. En este escenario, los disensos programáticos -que constituyen una forma de control fundamental para garantizar la previsibilidad y la estabilidad de las políticas públicas-  han sido ejercidos sólo por la oposición. Aunque, la abrumadora presencia de mayorías disciplinadas y la distribución preferencial de cargos directivos en las comisiones parlamentarias -encargadas de cajonear todo proyecto distinto a los intereses del presidente- han debilitado la capacidad de la competencia para poner límites al Ejecutivo.

Dicho esto, cabe detenernos en tres cuestiones claves que sustentan la actual lógica de concentración del poder: los incentivos generados por las reglas electorales, el uso a discreción  de los recursos públicos de parte del Ejecutivo Nacional y los jefes provinciales, y la ausencia de un programa de gobierno claro que oriente a la ciudadanía. La comprensión sobre cómo estos factores retroalimentan el proceso de centralización de las decisiones políticas, pone a los electores en un lugar privilegiado y particularmente determinante, al momento de consentir el estado actual de cosas o de contribuir a un cambio democrático. Veamos.

Respecto a las reglas electorales, la posibilidad de reelección  -presente en la mayoría de los distritos-  y la informalidad que rige la nominación de candidatos para los  cargos públicos, estimulan la persistencia de los gobiernos en ejercicio (nacionales y provinciales) además de aumentar  la influencia de los líderes locales. Ello contribuye tanto al ejercicio personalista del poder  como a la concentración de recursos en los partidos que ocupan el gobierno por períodos prolongados. Adviértase que desde 1983 hasta la actualidad, en un tercio de las provincias argentinas, no existió alternancia partidaria. Concretamente, en las últimas elecciones a gobernadores,  en 23 provincias se reeligió a los oficialismos locales - de los cuales  15 son gobernadores reelectos- y sólo en Catamarca existió, por lo menos a primera vista, alternancia política. Tenemos como resultado, 21 distritos gobernados por alguna de las tantas facciones del PJ o formaciones independientes que responden en los hechos al kirchnerismo, mientras sólo 3 distritos (de un total de 24) están  representados  por la oposición: CABA donde ganó el PRO,  la provincia de Santa Fe  donde triunfó el FPCyS de conformación radical socialista, y la provincia de Corrientes con gobernador radical y aliados locales.

Sin embargo, si nos detenemos un poco más en los resultados, hallamos algunas singularidades. Por un lado, que incluso en Catamarca la alternancia no es tan pronunciada como parece. La actual gobernadora Lucía Corpacci, era la vice gobernadora de su predecesor Eduardo Brizuela del Moral del FPCyS -alianza a la que Corpacci renunció anticipadamente para postularse en 2011 por el FpV-. Por otro lado, encontramos resultados ratificatorios al gobierno nacional, provincial o municipal, aunque éstos pertenezcan a partidos u orientaciones diferentes o incompatibles. Este fue el caso de los votantes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por ejemplo, que eligieron a Mauricio Macri como Jefe de Gobierno local y a Cristina Fernández como presidente en el ámbito nacional. Líderes cuyas asignaciones ideológicas son, en principio, antagónicas. ¿Cómo se explica esto? En primer lugar, puede deberse  al nivel educativo de los votantes, cuya mayor información  sobre el acontecer político, los facultaría para elegir estratégicamente entre alternativas políticas diferentes. En segundo lugar, al desdoblamiento entre las elecciones nacionales y locales, que constriñe la trasferencia de votos desde las provincias hacia la Nación. Este mecanismo es usado habitualmente por los dirigentes cuando quieren despegar su imagen del Ejecutivo Nacional tal como sucede en la actualidad. En tercer lugar, a la persistencia en el poder de los mismos partidos por períodos prolongados, que les otorga ventajas comparativas -en términos de disposición de recursos- que les permite invertir inmensas sumas de dinero en la promoción de sus candidatos.

De aquí se desprende la segunda cuestión clave vinculada, por supuesto, con la anterior: la distribución de los recursos (negociación de cargos públicos,  asignación de presupuestos y recursos fiscales). Más aún, si se repara en que el gobierno nacional ha hecho uso de éstos para negociar apoyos territoriales, integrar el aparato nacional y construir disciplina hacia los proyectos del Ejecutivo. De otro modo, es por lo menos curioso que la distribución de las asignaciones presupuestarias nacionales que cada provincia recibe no sean congruentes, ni con la cantidad de habitantes, ni con el PBI, ni con los índices de pobreza y desempleo provincial; tal como sucede con los gruesos recursos girados a la provincia de Santa Cruz. Bien lo detalla Carlos Gervasoni -en un reciente artículo publicado en el Estadista del 18 de marzo- a propósito de los “beneficios del federalismo fiscal argentino”. Esta lógica de distribución obstruye la capacidad de coordinación de la oposición que, tomada de modo individual, no cuenta con recursos suficientes ni garantías institucionales para construir alternativas políticas factibles.

De modo tal que, los partidos que aspiran a la presidencia de la Nación en la actualidad deben tener en cuenta la dinámica política entre el ámbito nacional y provincial. Así, para que lo cambios propulsados por la oposición al kirchnerismo sean viables, se requieren alternancias partidarias locales. Y para que el cambio sea exitoso, se necesita de la participación democrática de todos los ámbitos en el mantenimiento de la unidad nacional. La primera, le compete a los electores que elegirán en cada una de las elecciones por “la continuidad o el cambio”. La segunda, es competencia exclusiva de la dirigencia de todos los niveles que representan este cambio. Ello nos lleva a la tercera cuestión clave: la necesidad de que la alternativa al kirchnerismo se respalde en un  programa consensuado entre las provincias y la nación, cuyos principios cardinales y políticas públicas acordadas, estén garantizadas en la unión. Sólo así, se pueden acallar los egos individuales, darse previsibilidad al cambio, y ser factible la transformación.

El calendario electoral ya ha comenzado y es menester prestar atención, ya que se podrán apreciar las tendencias predominantes y de ese modo, pronosticar el resultado nacional más probable.  Al día de hoy se adelantaron los comicios en 12 provincias. Si bien la primera elección primaria en Salta ratificó al gobernador peronista -y aún resta la elección general-, los resultados en  el tercer y cuarto distritos más grandes del país, anuncian otros caminos. En Santa Fe, se registra una situación de empate entre el PRO y el FPCyS. Este frente cuenta con el decidido apoyo de la UCR.  Pero, sin duda, el hecho más saliente de la elección santafecina es el pobre resultado del gobierno nacional, ya que el FPV/PJ, apenas alcanzó el 20% de los votos.  Mientras que en Mendoza, triunfó el frente con candidato radical “Cambia Mendoza”. Además,  sí en CABA, Córdoba -que constituyen luego de la provincia de Buenos Aires, los distritos más populosos del país- y en Corrientes, se consolidan los triunfos de la oposición. Y si en Chaco, La Rioja, Neuquén, Río Negro, Tierra del Fuego y Tucumán;  a las que se les sumarían Jujuy y La Pampa, existe alternancia. Entonces, la consolidación de un proyecto  distinto en el ámbito nacional tendrá mayor peso, porque una verdadera transformación se logra en la interacción constante entre las provincias y la nación

Precisamente, la fortaleza diferencial de la unión UCR-PRO-CC reside en que, mientras el radicalismo tiene presencia en cada una de las provincias argentinas, el PRO ha adquirido gran relevancia en Capital Federal, Córdoba, La Pampa,  Santa Fe y Entre Ríos.  Ello garantiza que la posibilidad de elegir por un cambio republicano y democrático, esté presente en todos los distritos del país. En todo caso, la orientación final de esta unión dependerá de los resultados de las PASO que determinarán, tanto el peso relativo de los integrantes de la asociación, como la fortaleza y la dirección programática del cambio. En última instancia, el éxito de tan ambicioso proyecto depende de todos nosotros. Ello incluye, coraje cívico al momento efectuar la decisión electoral, y voluntad política para concretar la unión nacional.