miércoles, 29 de octubre de 2008

Se abrieron las puertas del Congreso

Se abrieron las puertas del Congreso que habían permanecido cerradas durante la Dictadura. Una ridícula parodia llamada CAL (Comisión de Asesoramiento Legislativo) había ocupado el edificio durante siete largos años. La CAL tenía, también una proporcionalidad, estaba integrada por la misma cantidad de oficiales superiores de cada una de las tres fuerzas armadas. Suena ridículo, pero es cierto. Los delirios a que nos había llevado el poder militar, no tenían límite. Les mandaban proyectos que consideraban de “significativa trascendencia”; el recinto de la deliberación y el diálogo, el ámbito de las denuncias y los consensos se había convertido en un cuartel en el que reinaba el silencio disciplinario de la jerarquía castrense.
Los legisladores nacionales electos el 30 de octubre de 1983, éramos objeto de curiosidad ciudadana. El radicalismo basó su campaña en el concepto de democracia participativa, y había que llevar a cabo la tarea. Pero el Congreso, como una pequeña réplica de la sociedad era heterogéneo, complejo e inexperto.
Los primeros desafíos fueron nítidos y estimulantes, las iniciativas parlamentarias del gobierno de Alfonsín, nos llenaron de orgullo. Un peronismo confundido no atinaba a cicatrizar la derrota, sin embargo las pulsiones democráticas, entonces exacerbadas, dieron sus frutos y las misiones centrales se cumplieron con la colaboración de la oposición.
Derogación de la Ley de Autoamnistía, Reformas al Código de Justicia Militar, al Procedimiento Penal para juzgar los militares, Aumento de la pena a los Torturadores, Aprobación de los Tratados Internacionales de Derechos Humanos que no había suscripto la Argentina. Así empezamos.
Fue el comienzo de una larga lista de asuntos que se trataron con entusiasmo y el lógico nerviosismo de las horas en que un régimen político naciente, tenía que demostrar cada noche que era posible un nuevo amanecer. No obstante, se derrotó rápidamente el escepticismo sobre la prosperidad del emprendimiento democrático. Este había llegado para quedarse, lo sabrían desde entonces los partidarios, los adversarios y los enemigos.
El parlamento, era una caldera cuya combustión se alimentaba de nuestro entusiasmo y de un peronismo aturdido y sin rumbo. Pero muy pronto, llegó la primer decepción popular: El senador de Neuquén – provincia en la que Alfonsín había arrasado en las urnas- volcó a favor del gremialismo el debate sobre la Ley Sindical. Corrían los primeros meses de 1984 y el juego democrático había dejado su primera enseñanza. El flamante gobierno, que gozaba de una abrumadora simpatía popular, había perdido su primera batalla frente al desprestigiado gremialismo de la época.
Llegaron otras luchas en las que fuimos victoriosos, las que permitieron la viabilidad económica y financiera de la Nación, la problemática aprobación del Tratado de Paz y Amistad con Chile, la Ley de Matrimonio Civil y de Patria Potestad Compartida, todas tuvieron oponentes, sinceros y de los otros. Esa era la impronta novedosa del nuevo régimen político, había que debatir, no habría, en adelante, dueños de la verdad, ni de la vida de las personas.
Las sesiones, sobre todo en la Cámara de Diputados, eran interminables. Todos querían participar. Los taquígrafos quedaban extenuados, todos deseaban dejar su impronta en los primeros debates parlamentarios. El trabajo se hizo con corrección y esmero, el presidente y su gabinete esperaban ansiosos el resultado de las votaciones y participaban
emocionalmente de las deliberaciones. Las horas no alcanzaban para estudiar, prepararse y estar a la altura de las circunstancias.
Pero, sin duda el tono épico de la época, estaba basado en que hasta entonces los golpes militares eran inexorables, simplemente llegaban con los primeros desgastes de gobiernos débiles o intencionalmente debilitados, así que debíamos desmentir la profecía. Lo hicimos, a pesar de que pronto llegaron nuevos desencantos de toda especie. Hoy podemos confirmar lo evidente, la democracia llegó veinticinco años atrás para quedarse, pero está incompleta. ¿Cuánto vamos a demorar en recuperar el talante épico de nuestras luchas?, ¿No es tan importante completar la democracia como la misión que tuvimos entonces?

sábado, 25 de octubre de 2008

Un 30 de Octubre

“No estaremos a merced de una bruma de generales”
Jorge Luis Borges
Clarín, 22 de diciembre 1983


“Gana Luder, pero yo voto por Alfonsín”, es la frase que un cuarto de siglo atrás desvelaba a los –entonces- inexpertos encuestadores políticos.
La generalización de la afirmación produjo el resultado deseado e inesperado. El país explotó de entusiasmo y se tiñó de colores radicales con sones algo deportivos.
Perdieron las patotas que ocupaban la mayoría del espacio peronista, también fue derrotado el recuerdo de los años en que la violencia política se había adueñado del país.
En realidad se estaba iniciando el único ejemplo de transición a la democracia en América del Sur en que los militares no habían podido imponer condiciones. Fue, por lo tanto y en muchos sentidos una ruptura, un cambio de régimen, un quiebre histórico.
El desesperanzado pragmatismo de la dirigencia justicialista sus voceros y jurisconsultos habían dicho que la llamada Ley de Autoamnistía que se habían dictado los militares el 23 de marzo de l983 era inderogable y que produciría efectos irreversibles. No querían encubrir, pero no confiaban en la ruptura, estaban demasiado acostumbrados a negociar con el poder, especialmente los dirigentes sindicales.
Alfonsín, implacable bramaba desde la tribuna que esa pretensión era inaceptable y que su primera medida de gobierno sería desconocerla. Así fue: “Derógase por inconstitucional y declárase insanablemente nula la ley de facto 22924.” , rezaba con simpleza el despojado art. 1° de la Ley 23040, sancionada por el nuevo Congreso el 22 de diciembre de 1983.
Este es el nudo, el embrión del régimen alumbrado el 30 de octubre, de él se ramifican consecuencias muy amplias que se extienden por todos los planos del devenir de la democracia que vería la luz apenas 40 días después.
Fueron días de incertidumbre, enormes expectativas populares se combinaban con demasiados derrotados lamiendo sus heridas. No estaba demostrado que el nuevo régimen sería perdurable, más bien todo lo contrario. Los protagonistas de décadas de inestabilidad política dejaban traslucir su escepticismo. Flotaban pesadillas en las noches en que los más entusiastas preparábamos el desembarco en el Gobierno.
Habría que demostrar que la sociedad era viable sin la tapa represiva que todo lo explicaba. Justicia reparadora, puja distributiva, control del poder militar, deuda externa, ingreso irrestricto a la Universidad, nuevos reglamentos policiales que prohibían torturar, supresión de las hipótesis de conflicto con los países vecinos, esos eran algunos de los desafíos principales.
Salió bien, podemos decir veinticinco años después, esos problemas se resolvieron de manera adecuada y la bruma de generales acechantes no volvió. Pero mejor sería que digamos: no tan bien porque las demandas sociales cambian, se profundizan, se expanden, tienen vida propia y, principalmente, porque algunas ilusiones se convirtieron en derechos adquiridos un 30 de octubre de 1983.
Publicado en el semanario Miradas al Sur el domingo 26 de octubre de 2008

viernes, 17 de octubre de 2008

Partidos y Organizaciones Políticas: la UCR una propuesta

Mucho se ha escrito sobre los partidos políticos que desde 1994 tienen rango constitucional en Argentina. Son posteriores a la democracia, si ésta consiste en el derecho del pueblo a elegir sus gobernantes. Comenzaron como organizadores de corrientes de opinión y con la complejización de la organización estatal, en un elemento central para dotar de previsibilidad el sistema de decisiones de cualquier sociedad.


La palabra partido alude a una parcialidad, requiere que haya otra u otras partes. Por lo tanto los regímenes políticos de partido único, difícilmente puedan exhibir carácter democrático.


Los partidos son producto de formas históricas precisas y en sentido amplio sus precedentes son los contendientes que rivalizaron por el poder en todas las épocas. Jacobinos y Girondinos en la Revolución Francesa, Morenistas y Saavedristas en la Primera Junta, unitarios y federales durante la organización nacional. Con posterioridad se fueron adaptando a las modalidades estructurales de cada sistema político; por eso se llama sistema de partidos a una parte del sistema político que registra la naturaleza de los partidos y da cuenta de las bases en que se apoya su competencia. Es decir que hay una mirada sobre la práctica política de la sociedad que tiene particularmente en cuenta los partidos, según su tamaño, representatividad, organización, ideología, etc. Dicha mirada nos ofrece infinitas clasificaciones que distinguen los partidos de acuerdo a sus características dominantes. Ahora bien, como todos se imaginan no es igual una formación histórica en un país con estructura federal de gobierno que en uno unitario, lo mismo podemos decir para los partidos que responden a fuertes liderazgos y se vertebraron en favor de la capacidad de un candidato para acceder al poder, que otros, más ideológicos que pasaron décadas cosechando voluntades hasta que lograron el respaldo suficiente para conquistar el gobierno, o en cambio quedaron relegados, manteniendo con unas cuantas bancas el testimonio de sus ideas.


Lo que si podemos afirmar es que hay una fuerte correlación entre la organización de los partidos políticos y la arquitectura del poder. Es decir que regímenes parlamentarios producen partidos diferentes que los presidencialistas, los sistemas unitarios que los federales, los sistemas electorales de circunscripción uninominal tendrán como consecuencia partidos muy diferentes a aquellos donde impera la representación proporcional.


Lo expuesto permite afirmar que no hay un prototipo de organización partidaria de alcance universal, por el contrario hay aproximaciones organizacionales y estatutarias sucesivas que permiten alcanzar los objetivos de cada organización. En resumidas cuentas estos podrían resumirse en: a) representatividad, b) competitividad, c) eficacia d) participación e) gobernabilidad f) educación política g) capacidad técnica para proponer, planear y gestionar políticas públicas; y cada uno de ellos adquiere diferente prioridad frente a distintas situaciones.


De modo que los partidos se encuentran en todo tiempo fuertemente demandados por la sociedad para contribuir a la elevación de la calidad democrática y este requerimiento no siempre puede ser satisfecho en plenitud. Los militantes políticos debemos incorporar a nuestra agenda un programa de mejora permanente de las organizaciones políticas en las que actuamos como parte esencial de nuestras preocupaciones. Tan alta es la importancia que le atribuyo a este programa que considero que debe formar parte de los principios esenciales que constituyen el cuerpo doctrinario.



En este momento de 2008, estando convocados procesos de reformas organizativas en el plano nacional y en el de la ciudad de Buenos Aires, me permito llamar la atención sobre una cuestión que no es coyuntural ni está destinada a impactar el comportamiento político del partido en el presente, pero que sin embargo puede constituir un cambio positivo en el futuro próximo.



Nuestras cartas orgánicas arrastran un anacronismo, se trata de un concepto "seudo republicano" de una suerte de división de poderes interna que divide el sistema de decisiones entre un Comité de conformación federal ( es decir paritario para las provincias o distritos ) con funciones ejecutivas, y un cuerpo deliberativo que llamamos Convención que en el orden nacional se integra con una representación equivalente a la de los legisladores nacionales que corresponden a cada provincia, y que tendría funciones deliberativas.



En el imaginario radical, contamos con un ejecutivo colegiado de cuatro delegados por provincia más los representantes de los estamentos, y una convención-parlamento encargada de sancionar la plataforma y la carta orgánica, integrada por más de trescientos miembros. Pero este imaginario no se corresponde con la realidad, sino todo lo contrario. Veamos: El Comité Nacional funciona el día en que se elige a su Presidente y a su Mesa Directiva, la que posteriormente gobierna el partido ya que un cuerpo de más cien integrantes, desparramados por toda la geografía del país, difícilmente pueda cumplir el cometido que se le asigna. Y la Convención, por su parte, tiene que convalidar en tiempo relámpago los documentos que se presentan a su consideración. Debe destacarse que muchas veces resulta llamativa la ausencia de dirigentes relevantes de algunos distritos que no forman parte de ninguno de los mencionados cuerpos. Tanto en el orden nacional como en lo que atañe al radicalismo porteño, los líderes partidarios que integran los plenarios, suelen ser aquellos que deben pertenecer para postularse a las respectivas mesas directivas. Por lo tanto una primera mirada permite afirmar que se trata de dos cuerpos electorales delegativos que consuman parte principal de su verdadera misión cuando eligen a sus autoridades.

Mi propuesta es simple y se encuentra alineada con el modelo clásico de los partidos social demócratas, se trata de elegir un solo Congreso cuyos integrantes aprueban al mismo tiempo el programa partidario y designan de entre sus miembros a los integrantes de la Conducción Política.

El la Capital Federal su implementación es muy sencilla porque los distritos -circunscripciones- tienen representación paritaria en ambos cuerpos, el Comité y la Convención. En el orden nacional se presenta la dificultad de que las representaciones son disímiles. Mientras el Comité es paritario, la convención reproduce la representación del Congreso Nacional, o sea que el número de habitantes de las provincias determina el nivel de representación y aunque el factor de corrección para las provincias de menor número de habitantes, es alto, más alto que en la representación a la Cámara de Diputados, podría ser considerado insuficiente. Para ello no queda más que agregar otros factores de corrección que eleven la presencia de representantes de las provincias más pequeñas, pero manteniendo el concepto de delegados proporcionales al número de habitantes.

Para realizar esta propuesta, he meditado y descartado los modelos alternativos típicos, a saber:

  1. Elegir delegados de acuerdo al número de afiliados de cada distrito. Este concepto de buena prosapia, parte de la base de que los afiliados, los dueños del partido, valen lo mismo vivan donde vivan, de modo que mil afiliados eligen un delegado al Congreso. Sin embargo la realidad política demuestra que en términos de poder partidario, recibe premio quien más afilia, aunque sea de manera indiscriminada. En el Partido Justicialista, que sigue esta regla, Herminio Iglesias con control sobre la Tercera Sección Electoral de la Provincia de Buenos Aires, manejaba el Congreso Provincial, y por lo tanto tenía casi la mitad de los congresales nacionales de su partido.
  2. Elegir el Presidente del partido y su Mesa Directiva mediante el voto directo de los afiliados. Esta propuesta que caracteriza la tradición política de nuestro partido para la elección de los candidatos a Presidente y Vicepresidente de la República, no me parece que se corresponda con la elección de las autoridades partidarias. Una campaña electoral interna de carácter nacional, puede instalar un candidato que derrote a otro, pero como ha quedado demostrado desde 1995, la confrontación interna se exacerba y con ella los riesgos de divisiones y fraccionalismos.

Como bien ha sostenido el actual Presidente del Comité Nacional se debe combatir el localismo, por lo tanto es menester construir una institución donde se den los debates sobre la orientación política, ése es el Congreso que propongo. De allí y una vez construida una mayoría que sostenga un programa, se cae de maduro cual será la conducción política ejecutiva que se encargue de llevar a cabo los consensos mayoritarios. Mención aparte merece la consideración referida a los problemas de financiamiento de la campaña, el papel de los medios de comunicación y el de los gobiernos influyendo en la elección interna del partido.

Admito la dificultad de romper una tradición a la que estamos perfectamente acostumbrados y no nos molesta demasiado, también considero que no es la única reforma que se impone, no obstante creo que hay que empezar por repolitizar los cuerpos orgánicos de nuestra Unión Cívica Radical, que cuando se encuentran imposibilitados de cumplir las misiones que tienen asignadas, se desvitalizan, defraudan a sus miembros y decepcionan a afiliados y votantes.

El clásico dilema entre partido de cuadros y de masas debe superarse para el caso de la UCR, la historia demuestra que nuestra base militante es el corazón de nuestro partido. Cuando los liderazgos y los programas los incluyen, la UCR se convierte en una fuerza imbatible. Aquí la pregunta decisiva es: ¿ Que tipo de organización aumenta la fuerza de nuestra militancia ? en lugar de la pregunta más frecuente de la política argentina, la que sirve para la supervivencia de los gobiernos peronistas: ¿ Cual es el mejor candidato para los medios de comunicación ? Ese concepto de que importan más los candidatos que los partidos, es perfectamente funcional a la construcción de la hegemonía del Justicialismo.

Para terminar diré a modo de ilustración que los líderes de la Alianza que llevó la fórmula De la Rú-Alvarez al poder, abominaban de la política partidaria y la consideraban una restricción. Que la misma conducta tuvieron los líderes rutilantes que abandonaron la UCR, conquistaron millones de votos y los decepcionaron con una llamativa inoperancia política. La lucha por el poder, la conquista del gobierno y su ejercicio, no son posibles sin partidos fuertes con convicción y tono muscular suficiente para pelear los sectores políticamente más inhóspitos del Gran Buenos Aires y del resto del país. Los periodistas amables ayudan, la buena imagen de los dirigentes entusiasma la militancia, pero sin ella no hay destino, al menos por ahora en la política argentina.

martes, 14 de octubre de 2008

La bolsa y la vida

Hace un año ya que las finanzas mundiales están en el centro de la escena.
Comenzaron con la pinchadura y posterior desinfle de las hipotecas en Estados Unidos y siguieron desparramando insolvencias por el mundo en tonos cada vez más sonoros.
La idea es que algo se ha derrumbado, algo más que el valor de los papeles. Cayeron algunas columnas que blindaban el templo de Occidente.
Ya nadie sostiene que la competencia regula los mercados financieros y garantiza la prosperidad universal. Ahora compiten los grandes países para ver quien subsidia más, quien interviene sosteniendo la ruinosa economía de los bancos, en un desfile de trillones difícil de imaginar.
Mientras los reyes de las finanzas se convertían en mendigos, cayó un concepto esencial del modelo imperante: las transacciones financieras independizadas de la producción y el comercio de bienes podían expandirse de manera infinita. Cada arbitraje agregaba riqueza a alguno de los líderes del naufragio y ellos, llenos de valor daban un paso al frente, delante del precipicio.
Los principios proclamados se violaron sin rubor. Ya sabemos que las ideas ceden frente a los intereses, sobre todo cuando simulan ser ideas y son meras herramientas al servicio de ciertas conveniencias provisorias, que se mudan como los calzoncillos cuando dejan de servir a quienes las sustentan. La preocupación por los plomeros del mundo desarrollado financiando con impuestos las bancarrotas de los capitalistas cedió terreno frente al repentino realismo y una cierta “ética de la responsabilidad” derramó ríos de tinta impresos en las enciclopedias del neoliberalismo.
Simultáneamente asistimos a la recta final de la elección norteamericana. Allí también algo falló, Bush termina contradiciendo su gobierno, asistiendo a reuniones que hasta hace pocas semanas despreciaba, asumiendo que el tiempo del unilateralismo y la prepotencia se consumió en las bolsas, y como éstas para él valen más que la vida, resolvió escuchar a sus pares con humildad, claro con posterioridad a que su mega paquete de rescate fuera rechazado por los mercados y aceptado a regañadientes por los congresales de su propio partido.
En dicha elección hay ciertos vientos de cambio, pero seremos prudentes en alentar expectativas excesivamente optimistas. El mundo es ahora más complejo, no encajó en la pobreza retórica del equipo de Bush; pretendían combinar los “valores familiares” con la lucha contra el eje del mal, siempre cambiante. Casi un reflejo de los que satanizan a Occidente y practican el terror indiscriminado.
Ahora las bolsas deberán enfrentarse con la vida y su infinita trama de complejas interacciones. Ya no se trata de dinero electrónico, sino de la capacidad de producir bienes y servicios competitivos, el futuro próximo será duro por la contracción económica que se avecina, pero en él, habrá más espacio para los ingenieros que para los financistas.
También, si el cambio en Estados Unidos es consistente, se viene un resurgimiento del multilateralismo, es decir un mundo con reglas, que siempre será más conveniente para los argentinos. Reglas de comercio que terminen con la hipocresía de los subsidios a la agricultura. Reglas para la preservación de la paz que salven vidas y fomenten la lógica transaccional del sistema internacional. Reglas para la ayuda humanitaria y la cooperación que hace más de veinte años han salido de la agenda internacional. Reglas para la preservación del ambiente y los recursos escasos. Reglas que no podrán ser peores que estos años vividos de prepotencia de las potencias que se enseñorearon por el mundo atropellando, mintiendo e incrementando la inseguridad en los cinco continentes.