sábado, 25 de octubre de 2008

Un 30 de Octubre

“No estaremos a merced de una bruma de generales”
Jorge Luis Borges
Clarín, 22 de diciembre 1983


“Gana Luder, pero yo voto por Alfonsín”, es la frase que un cuarto de siglo atrás desvelaba a los –entonces- inexpertos encuestadores políticos.
La generalización de la afirmación produjo el resultado deseado e inesperado. El país explotó de entusiasmo y se tiñó de colores radicales con sones algo deportivos.
Perdieron las patotas que ocupaban la mayoría del espacio peronista, también fue derrotado el recuerdo de los años en que la violencia política se había adueñado del país.
En realidad se estaba iniciando el único ejemplo de transición a la democracia en América del Sur en que los militares no habían podido imponer condiciones. Fue, por lo tanto y en muchos sentidos una ruptura, un cambio de régimen, un quiebre histórico.
El desesperanzado pragmatismo de la dirigencia justicialista sus voceros y jurisconsultos habían dicho que la llamada Ley de Autoamnistía que se habían dictado los militares el 23 de marzo de l983 era inderogable y que produciría efectos irreversibles. No querían encubrir, pero no confiaban en la ruptura, estaban demasiado acostumbrados a negociar con el poder, especialmente los dirigentes sindicales.
Alfonsín, implacable bramaba desde la tribuna que esa pretensión era inaceptable y que su primera medida de gobierno sería desconocerla. Así fue: “Derógase por inconstitucional y declárase insanablemente nula la ley de facto 22924.” , rezaba con simpleza el despojado art. 1° de la Ley 23040, sancionada por el nuevo Congreso el 22 de diciembre de 1983.
Este es el nudo, el embrión del régimen alumbrado el 30 de octubre, de él se ramifican consecuencias muy amplias que se extienden por todos los planos del devenir de la democracia que vería la luz apenas 40 días después.
Fueron días de incertidumbre, enormes expectativas populares se combinaban con demasiados derrotados lamiendo sus heridas. No estaba demostrado que el nuevo régimen sería perdurable, más bien todo lo contrario. Los protagonistas de décadas de inestabilidad política dejaban traslucir su escepticismo. Flotaban pesadillas en las noches en que los más entusiastas preparábamos el desembarco en el Gobierno.
Habría que demostrar que la sociedad era viable sin la tapa represiva que todo lo explicaba. Justicia reparadora, puja distributiva, control del poder militar, deuda externa, ingreso irrestricto a la Universidad, nuevos reglamentos policiales que prohibían torturar, supresión de las hipótesis de conflicto con los países vecinos, esos eran algunos de los desafíos principales.
Salió bien, podemos decir veinticinco años después, esos problemas se resolvieron de manera adecuada y la bruma de generales acechantes no volvió. Pero mejor sería que digamos: no tan bien porque las demandas sociales cambian, se profundizan, se expanden, tienen vida propia y, principalmente, porque algunas ilusiones se convirtieron en derechos adquiridos un 30 de octubre de 1983.
Publicado en el semanario Miradas al Sur el domingo 26 de octubre de 2008

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