viernes, 17 de octubre de 2008

Partidos y Organizaciones Políticas: la UCR una propuesta

Mucho se ha escrito sobre los partidos políticos que desde 1994 tienen rango constitucional en Argentina. Son posteriores a la democracia, si ésta consiste en el derecho del pueblo a elegir sus gobernantes. Comenzaron como organizadores de corrientes de opinión y con la complejización de la organización estatal, en un elemento central para dotar de previsibilidad el sistema de decisiones de cualquier sociedad.


La palabra partido alude a una parcialidad, requiere que haya otra u otras partes. Por lo tanto los regímenes políticos de partido único, difícilmente puedan exhibir carácter democrático.


Los partidos son producto de formas históricas precisas y en sentido amplio sus precedentes son los contendientes que rivalizaron por el poder en todas las épocas. Jacobinos y Girondinos en la Revolución Francesa, Morenistas y Saavedristas en la Primera Junta, unitarios y federales durante la organización nacional. Con posterioridad se fueron adaptando a las modalidades estructurales de cada sistema político; por eso se llama sistema de partidos a una parte del sistema político que registra la naturaleza de los partidos y da cuenta de las bases en que se apoya su competencia. Es decir que hay una mirada sobre la práctica política de la sociedad que tiene particularmente en cuenta los partidos, según su tamaño, representatividad, organización, ideología, etc. Dicha mirada nos ofrece infinitas clasificaciones que distinguen los partidos de acuerdo a sus características dominantes. Ahora bien, como todos se imaginan no es igual una formación histórica en un país con estructura federal de gobierno que en uno unitario, lo mismo podemos decir para los partidos que responden a fuertes liderazgos y se vertebraron en favor de la capacidad de un candidato para acceder al poder, que otros, más ideológicos que pasaron décadas cosechando voluntades hasta que lograron el respaldo suficiente para conquistar el gobierno, o en cambio quedaron relegados, manteniendo con unas cuantas bancas el testimonio de sus ideas.


Lo que si podemos afirmar es que hay una fuerte correlación entre la organización de los partidos políticos y la arquitectura del poder. Es decir que regímenes parlamentarios producen partidos diferentes que los presidencialistas, los sistemas unitarios que los federales, los sistemas electorales de circunscripción uninominal tendrán como consecuencia partidos muy diferentes a aquellos donde impera la representación proporcional.


Lo expuesto permite afirmar que no hay un prototipo de organización partidaria de alcance universal, por el contrario hay aproximaciones organizacionales y estatutarias sucesivas que permiten alcanzar los objetivos de cada organización. En resumidas cuentas estos podrían resumirse en: a) representatividad, b) competitividad, c) eficacia d) participación e) gobernabilidad f) educación política g) capacidad técnica para proponer, planear y gestionar políticas públicas; y cada uno de ellos adquiere diferente prioridad frente a distintas situaciones.


De modo que los partidos se encuentran en todo tiempo fuertemente demandados por la sociedad para contribuir a la elevación de la calidad democrática y este requerimiento no siempre puede ser satisfecho en plenitud. Los militantes políticos debemos incorporar a nuestra agenda un programa de mejora permanente de las organizaciones políticas en las que actuamos como parte esencial de nuestras preocupaciones. Tan alta es la importancia que le atribuyo a este programa que considero que debe formar parte de los principios esenciales que constituyen el cuerpo doctrinario.



En este momento de 2008, estando convocados procesos de reformas organizativas en el plano nacional y en el de la ciudad de Buenos Aires, me permito llamar la atención sobre una cuestión que no es coyuntural ni está destinada a impactar el comportamiento político del partido en el presente, pero que sin embargo puede constituir un cambio positivo en el futuro próximo.



Nuestras cartas orgánicas arrastran un anacronismo, se trata de un concepto "seudo republicano" de una suerte de división de poderes interna que divide el sistema de decisiones entre un Comité de conformación federal ( es decir paritario para las provincias o distritos ) con funciones ejecutivas, y un cuerpo deliberativo que llamamos Convención que en el orden nacional se integra con una representación equivalente a la de los legisladores nacionales que corresponden a cada provincia, y que tendría funciones deliberativas.



En el imaginario radical, contamos con un ejecutivo colegiado de cuatro delegados por provincia más los representantes de los estamentos, y una convención-parlamento encargada de sancionar la plataforma y la carta orgánica, integrada por más de trescientos miembros. Pero este imaginario no se corresponde con la realidad, sino todo lo contrario. Veamos: El Comité Nacional funciona el día en que se elige a su Presidente y a su Mesa Directiva, la que posteriormente gobierna el partido ya que un cuerpo de más cien integrantes, desparramados por toda la geografía del país, difícilmente pueda cumplir el cometido que se le asigna. Y la Convención, por su parte, tiene que convalidar en tiempo relámpago los documentos que se presentan a su consideración. Debe destacarse que muchas veces resulta llamativa la ausencia de dirigentes relevantes de algunos distritos que no forman parte de ninguno de los mencionados cuerpos. Tanto en el orden nacional como en lo que atañe al radicalismo porteño, los líderes partidarios que integran los plenarios, suelen ser aquellos que deben pertenecer para postularse a las respectivas mesas directivas. Por lo tanto una primera mirada permite afirmar que se trata de dos cuerpos electorales delegativos que consuman parte principal de su verdadera misión cuando eligen a sus autoridades.

Mi propuesta es simple y se encuentra alineada con el modelo clásico de los partidos social demócratas, se trata de elegir un solo Congreso cuyos integrantes aprueban al mismo tiempo el programa partidario y designan de entre sus miembros a los integrantes de la Conducción Política.

El la Capital Federal su implementación es muy sencilla porque los distritos -circunscripciones- tienen representación paritaria en ambos cuerpos, el Comité y la Convención. En el orden nacional se presenta la dificultad de que las representaciones son disímiles. Mientras el Comité es paritario, la convención reproduce la representación del Congreso Nacional, o sea que el número de habitantes de las provincias determina el nivel de representación y aunque el factor de corrección para las provincias de menor número de habitantes, es alto, más alto que en la representación a la Cámara de Diputados, podría ser considerado insuficiente. Para ello no queda más que agregar otros factores de corrección que eleven la presencia de representantes de las provincias más pequeñas, pero manteniendo el concepto de delegados proporcionales al número de habitantes.

Para realizar esta propuesta, he meditado y descartado los modelos alternativos típicos, a saber:

  1. Elegir delegados de acuerdo al número de afiliados de cada distrito. Este concepto de buena prosapia, parte de la base de que los afiliados, los dueños del partido, valen lo mismo vivan donde vivan, de modo que mil afiliados eligen un delegado al Congreso. Sin embargo la realidad política demuestra que en términos de poder partidario, recibe premio quien más afilia, aunque sea de manera indiscriminada. En el Partido Justicialista, que sigue esta regla, Herminio Iglesias con control sobre la Tercera Sección Electoral de la Provincia de Buenos Aires, manejaba el Congreso Provincial, y por lo tanto tenía casi la mitad de los congresales nacionales de su partido.
  2. Elegir el Presidente del partido y su Mesa Directiva mediante el voto directo de los afiliados. Esta propuesta que caracteriza la tradición política de nuestro partido para la elección de los candidatos a Presidente y Vicepresidente de la República, no me parece que se corresponda con la elección de las autoridades partidarias. Una campaña electoral interna de carácter nacional, puede instalar un candidato que derrote a otro, pero como ha quedado demostrado desde 1995, la confrontación interna se exacerba y con ella los riesgos de divisiones y fraccionalismos.

Como bien ha sostenido el actual Presidente del Comité Nacional se debe combatir el localismo, por lo tanto es menester construir una institución donde se den los debates sobre la orientación política, ése es el Congreso que propongo. De allí y una vez construida una mayoría que sostenga un programa, se cae de maduro cual será la conducción política ejecutiva que se encargue de llevar a cabo los consensos mayoritarios. Mención aparte merece la consideración referida a los problemas de financiamiento de la campaña, el papel de los medios de comunicación y el de los gobiernos influyendo en la elección interna del partido.

Admito la dificultad de romper una tradición a la que estamos perfectamente acostumbrados y no nos molesta demasiado, también considero que no es la única reforma que se impone, no obstante creo que hay que empezar por repolitizar los cuerpos orgánicos de nuestra Unión Cívica Radical, que cuando se encuentran imposibilitados de cumplir las misiones que tienen asignadas, se desvitalizan, defraudan a sus miembros y decepcionan a afiliados y votantes.

El clásico dilema entre partido de cuadros y de masas debe superarse para el caso de la UCR, la historia demuestra que nuestra base militante es el corazón de nuestro partido. Cuando los liderazgos y los programas los incluyen, la UCR se convierte en una fuerza imbatible. Aquí la pregunta decisiva es: ¿ Que tipo de organización aumenta la fuerza de nuestra militancia ? en lugar de la pregunta más frecuente de la política argentina, la que sirve para la supervivencia de los gobiernos peronistas: ¿ Cual es el mejor candidato para los medios de comunicación ? Ese concepto de que importan más los candidatos que los partidos, es perfectamente funcional a la construcción de la hegemonía del Justicialismo.

Para terminar diré a modo de ilustración que los líderes de la Alianza que llevó la fórmula De la Rú-Alvarez al poder, abominaban de la política partidaria y la consideraban una restricción. Que la misma conducta tuvieron los líderes rutilantes que abandonaron la UCR, conquistaron millones de votos y los decepcionaron con una llamativa inoperancia política. La lucha por el poder, la conquista del gobierno y su ejercicio, no son posibles sin partidos fuertes con convicción y tono muscular suficiente para pelear los sectores políticamente más inhóspitos del Gran Buenos Aires y del resto del país. Los periodistas amables ayudan, la buena imagen de los dirigentes entusiasma la militancia, pero sin ella no hay destino, al menos por ahora en la política argentina.

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